Plebiscito: El presidente chileno Gabriel Boric golpeado por la derrota, renueva el rumbo de su gobierno. El «No» se impuso con el 61% de los votos: al final del día, es un país moderado.
Anhela cambios, pero no dramáticos. Que quiere un mejor porvenir, pero sin permitirle a un sector de la sociedad que perpetúe un triunfo ideológico sobre el resto de la población a través de una Constitución,
No se puede explicar este proceso sin señalar que el 80% de los chilenos desea –y anhela- una nueva Constitución.
Tampoco se puede negar que la inmensa mayoría del país acordó un diagnóstico común: el desarrollo económico y social alcanzado debe democratizarse territorialmente y traspasarse a las distintas capas sociales.
La izquierda chilena, comandada por Gabriel Boric, se enfrentó a la mayor ventana de oportunidad de su historia.
Jamás tuvo antes una opción tan clara de generar un proyecto transformador en el país que sentase sus bases en un texto constitucional, con todo el simbolismo que implicaba extinguir la constitución del Dictador Augusto Pinochet.
Sin embargo, como la historia latinoamericana lo ha escrito en reiterados capítulos de su almanaque, la izquierda volvió a tentar sus designios, esta vez en Chile.
Cayó derrotada presa de su propio identitarismo.
El 80% del plebiscito de entrada los emborrachó a tal punto que las consignas del estallido social de octubre de 2019, como mejor salud o educación, dieron paso la plurinacionalidad, autonomías territoriales, eliminar el Senado e intervenir el sistema judicial.

Alivio
En un santiamén transformaron un texto constitucional en un programa de gobierno. Con ello, comenzaron a debilitar la abismal mayoría alcanzada sólo meses antes.
La noche del domingo en Chile hubo pocas celebraciones.
La aplastante e histórica mayoría fue silenciosa. Los chilenos no se abrazaron, sino que respiraron aliviados. En las principales ciudades los “bocinazos” fueron pocos y no hubo escenarios en el corazón de la ciudad.
Es que lo que prometía ser un proceso de encuentro y “casa común”, terminó transformado en una verdadera guerra de trincheras, llenas de violencia a aquel que pensaba de una manera distinta.
Sin quererlo o con quererlo, la izquierda construyó un marco comunicacional de superioridad moral.
Le sirvió con una parte de la juventud, pero finalmente se volvió en su contra. Al obligar a callar a todo aquel que pensaba distinto se olvidó de escuchar.