Decía José Martí que «solo el amor construye», que «de los apasionados es el mundo», que » había que ser cultos para ser libres», y vivimos en un mundo donde abundan las guerras, donde gente desajustada tirotea escuelas, odian por gusto y ya no leen.
Donde la paz es solo un paréntesis entre los largos períodos de violencia, donde los grandes intereses del complejo militar-industrial del mundo es parte importante e influyente de los grandes poderes que desgobiernan y deciden el destino de todos y de todo.
Vivimos en un mundo donde abunda la gente gorda y hay muchos bolsillos flacos, donde hay turbas que gritan sus odios y gente que se callan ante las injusticias. Donde la insolidaridad es casi la regla.
Vivimos en un mundo donde hay veces que los padres ancianos solo ven a sus hijos por las redes sociales.
Vivimos en un mundo donde nadie visita a nadie y solo te ven en el velorio, cuando te mueres.
Vivimos en un mundo virado al revés donde ser poderoso es mejor que ser honrado, donde la envoltura vale más que el contenido, donde los gritos del rebaño son más importantes que las voces sabias de los pastores.
Vivimos en un mundo donde una entrega de Amazon y un Uber llegan más rápido que un carro de la policia, una ambulancia o un carro de bomberos.
Vivimos en un mundo donde mejor comen los perros y los gatos que los necesitados que viven bajo un puente.
Vivimos en un mundo donde los problemas abundan y las soluciones escasean, donde los intereses creados y los intereses criados controlan e influencian mil veces más que el interés común, el bienestar de la gente y la razón de la mayoria.
Vivimos en un mundo donde donde la apariencia vale más que la sustancia, el dinero más que la dignidad, la careta más que el rostro verdadero.
Vivimos en un mundo donde las redes sociales están llenas de fotos sonrientes y gente que aparenta y ostenta; donde la mentira gana frecuentemente y la verdad se esconde, avergonzada y penosa, detrás de los velos de una sociedad consumista e indolente.
Vivimos en un mundo en el que se le exige más a un deportista que a un político, donde espanta ver la enorme cantidad de pesadas cadenas que tiene el hombre supuestamente libre.
Donde aceptamos, como dóciles carneros, que el actual estilo y forma de vida es el que nos ha tocado en la lotería de la suerte, sin darnos cuenta que cada uno tiene el poder de vivir en el mundo que elija, que tenemos el privilegio único de decidir, de escribir el libreto de nuestras vidas, de fabricar nuestro presente y diseñar nuestro futuro.
De escribir la novela mágica de nuestra propia existencia.
Que somos parte de una ingeniería cósmica y divina. Que podemos cambiar lo malo, reinventarnos, mejorar las cosas, aspirar a la excelencia.
Que debemos reclamar nuestro derecho a los derechos. Que el mundo es tu patria, que este planeta es tu casa, tu hogar, tu trinchera.
Que tu voz no puede ser silenciada, que tu verdad no puede ser callada, que tu razón no puede ser ninguneada ni violada, que tu libertad es única, invaluable, no negociable.
Que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y que toda persona vale y no es una simple y fria estadística.
Que nada es imposible.
Que tenemos el poder humano y divino de cambiar el mundo, de enderezar las cosas.
Que esos derechos también son nuestros deberes y nuestra responsabilidad intransferible como dueños y propietarios de esta aldea planetaria que es nuestra fortaleza, nuestra casa común, la patria de todos.